Transgresión y trascendencia
Es difícil celebrar un día del teatro en medio de la crueldad e impiedad de nuestra historia, celebrar significa que hemos logrado algo, que hemos llegado al fin de un objetivo, de un proceso y el teatro nuestro, aquel que resiste, que genera en los que lo hacen, una trascendencia, aun tiene mucho camino por hacer. El teatro me salvo la vida, la política me fortaleció y escribir la enriqueció, pero no fue cualquier teatro, fue aquel que superando su carácter de espectáculo artístico o entretenimiento se convirtió para mi en un ritual colectivo, sagrado y laico.
En estos días me he preguntado mucho sobre la mística, sobre esa energía que nos permite aun, a pesar de que los paradigmas han ido desapareciendo para dar paso al individualismo feroz, seguir luchando, resistiendo y trasgrediendo la vida para construir un mundo mejor para todos.
Cuando veo jóvenes que van en zancos tropezando, con maquillajes que se corren, vestuarios sucios, sin personajes construidos, historias aburridas, críticos de teatro que escriben en los diarios sin sentido, ni calidad, grupos que forman malabaristas para el semáforo, alabanza a la técnica y solo técnica, talleres sin metodología, gente que repite las viejas formulas, espectáculos complacientes, sin capacidad de critica en medio de una sociedad que alaba al asesino, entrevista a la prostituta y publicita al corrupto delincuente. Siento que vamos perdiendo la batalla.
Son tiempos difíciles para el teatro, vemos como los medios han dado paso al espectáculo de consumo masivo, de ejecutantes que no piensan los que dicen, que no entrenan, ni conocen los principios básicos del trabajo del cuerpo y la voz, que pasan de un personaje a otro como disfraces de carnaval, vacíos en su propuesta estética y de contenidos, que no leen, no se educan y no tienen ya idea de lo que es participar como artista y como ser humano de los movimientos culturales, sociales, políticos.
La historia es cruel, nos dice que al final solo quedaran algunos arando en el mar, viviendo en la pobreza, luchando por sueños imposibles, pide que nos rindamos, que todo tiene un precio, que este será el futuro de nuestras generaciones, individualismo, mediocridad, desinformación, manejo de la conciencia y del pensamiento colectivo para generar masa, montonera, muchedumbre, multitud.
No tengo muchas ganas de celebrar un teatro centralista que habla solo de la ciudad, que olvida, oculta y quizás desprecia al otro teatro, aquel que esta en las calles, en los barrios marginales, en medio de los pobres, de las comunidades, de los olvidados de este país sin memoria.
Quiero celebrar a aquellos que aun peleamos a la contra, que creemos, soñamos, afirmamos que hacer teatro es generar cambio, que nuestro espectador debe vivir una transformación, que no debe ser el mismo que entro a ver la historia que le contamos, que debe irse lleno de preguntas, de dudas, de afirmaciones, poniendo a prueba sus propias convicciones. Celebrar que actuar es cambiar el mundo, que la disciplina del entrenamiento solitario del actor y la actriz genera valor, que aun podemos construir personajes maravillosos a través del estudio de los maestros, que la mística esta en haber elegido la riqueza del acto de entrega de la función.
Celebrar que aun estamos aquí, después de tantas batallas, de tanta muerte, de tanto olvido, aun estamos y estaremos como guerreros de la oscuridad, peleando contra el brillo de la luz del consumo feroz, del robo de la identidad, del olvido, de la miseria cultural, del desprecio, del racismo y la violencia.
Son tiempos difíciles…permanezcamos juntos.
Miguel Almeyda Morales
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